Atalaya es rebeldía. Rebeldía contra la injusticia, a través de las dramaturgias que proponemos para obras universales como Rey Lear, Ricardo III, Celestina, Medea, Elektra o El Avaro, por no hablar de las que tienen ese sentimiento en su médula como La rebelión de los objetos, Marat/Sade o Madrecoraje.

Rebeldía contra el sistema imperante cada vez que apostamos por un teatro social con sectores excluidos, como las mujeres de El Vacie de Sevilla (enlace a espectáculo) o las personas refugiadas (enlace a espectáculo).

Rebeldía cada vez que hacemos realidad la frase "Otro teatro es posible", que acuñamos cuando se nos concedió el Premio Nacional.

Y, una vez más, también dentro del ámbito escénico, contra las modas imperantes, y casi siempre efímeras, que hemos visto subir como la espuma y para desinflarse años más tarde.

Por eso asumimos el concepto de "isla flotante" que nuestro mayor referente, Eugenio Barba, aplicó a grupos teatrales que permanecen a través del tiempo.

El tiempo es nuestro cómplice desde que llevamos a escena Así que pasen cinco años ("La leyenda del Tiempo" que subtitulara Lorca) por vez primera en 1986, pero, a la vez, nos abre el abismo hacia la incertidumbre de un futuro incierto y nos impide acomodarnos. Nos insta a seguir reinventándonos, eso sí, pero siempre permaneciendo leales a nuestros orígenes y a quienes nos han apoyado a lo largo de nuestro devenir. Es por ello que este concepto intangible y de valor incalculable es protagonista del título de la película que conmemora nuestro 40 aniversario: El abrazo del Tiempo.